Por Raúl S. Saura
Mascherano, Rakitic, Pedro, Busquets, Bravo o Iniesta hasta la segunda parte. Así, sin medias tintas, como a él le gusta, Luis Enrique volvió a marcar territorio con una gran rotación grupal de cara al estreno en Champions en casa ante el APOEL chipriota. El técnico asturiano ya ha demostrado varias veces que no le tiene miedo a nadie y que el líder de un equipo ha de ser siempre el entrenador y predica con el ejemplo: se hace lo que él dice y lo demuestra al gusto. Esto no es un ejercicio de crítica, esta actitud se echaba de menos en la plantilla desde la marcha de Guardiola y contar con un hombre decidido al frente suma puntos. Pero probablemente este cambio tan pronunciado de un día a otro en la plantilla (Ter Stegen y Samper debutaron con el equipo) desajustara al once titular en el Camp Nou y desembocara en un partido espeso, poco intenso, confuso y que podría haber tenido un resultado grave de contar con otro rival enfrente.
Los pupilos del iron man desplegaron su peor encuentro en lo que va de temporada, lo que les valió pitidos a partir del minuto 70 el día que Xavi alcanzaba con 142 partidos en Champions a Raúl González Blanco. Más allá de ello, poca trascendencia. Los culés dominaron desde el primer momento y tocaron balón al gusto, pero, ante la solidez defensiva de los visitantes, recrrieron a un pase horizontal y sin peligro, predecible y aburrido de los peores tiempos del Tata Martino. Al APOEL poco le importaba: la opción de una contra y tanto siempre quedaba ahí como recurso y nada hacía prometer una avalancha blaugrana que, efectivamente, nunca llegó. No lo hizo por la debilidad e inconsistencia azulgrana, por la poca movilidad entre líneas y la pasividad en el juego, por la vuelta del piloto automático. Eso sí, siempre con el esférico cosido al pie lo que impidió al APOEL lograr nada en el encuentro más allá de defender estociamente las blandas arremetidas locales.
Persistió una y otra vez la conexión Leo-Neymar, trabajó lo indecible Munir una vez más pero el resultado no variaba por ello y todo quedaba en una mediocre buena intención con peligro de convertirse en tragedia ante cualquier descuido. Porque el Barça jugó descuidado, el Barça jugó despistado, a verlas venir, y si nos despistamos estamos muertos. El equipo corre el peligro de repetir errores pasados: la desidia en el pase, la pasividad en el juego conducen al error, a la derrota en tanto se arrojan las armas ante el rival. La actitud lo determina todo, ningún equipo triunfador careció de ella, y renunciar a esta entorpece al conjunto y ciega a los referentes, se necesita un arreón de energías para poner la máquina en funcionamiento. Así se entendió la llegada de Luis Enrique, como una llamada a la mejor plantilla del mundo para despertar y dar lo mejor de sí misma ante las adversidades. Y el experimento pareció funcionar en un primer momento pero ayer regresó lo que nunca debió regresar y esperemos que no vuelva a regresar.
Fue tal la abulia que el salvador de la noche, pese a las insistencias argentino-brasileiras, fue Piqué que cabeceó un balón sacado de falta por Leo en la frontal del área. Reconvertido en héroe de la ciudad, el central ni siquiera celebró su tanto que a la postre otorgaría los tres puntos a los culés y colocarse como líderes de grupo tras el empate entre PSG y Ajax. No lo hizo, gris y ausente como Messi el año pasado, seguramente comparta alguans de las mismas razones: aparece más en las noticias rosas y políticas que en las futbolísticas, la reforma en la Roja le afecta para peor por el momento y, de nuevo por el momento, parece haber perdido la titularidad en el equipo de sus sueños. Ya no se siente importante, ya no sabe lo que supone para sus compañeros. En sus declaraciones públicas ha perdido la alegría de antaño y se nota sobre el césped que algo no anda bien con él, que algo requiere de trabajo en ese aspecto para el cuerpo técnico. Ante esta falta de alegría del goleador, poco más se puede decir del encuentro; las jugadas supuestamente polémicas y de peligro no demuestran serlo tanto en la memoria, que procede a difuminarlas al poco de tomar constancia de ellas. Fue tal el soserío que nada valioso puede repescarse de este partido. Flojo, débil, poco trascendente, las entradas de Iniesta, Rafinha o Sandro no desatascaron la pesadez propia de digestión.
Cuarto partido ganado, cuarto partido sin encajar gol alguno pero la sensación dejada por el conjunto ha empeorado con respecto a los encuentros anteriores. Probablemente se trate de un espejismo, pero no jugó el Barça ante el nulo APOEL en el Camp Nou (y si no desmiéntemelo, que diría aquel), despistados como iban los futbolistas. Y si nos despistamos estamos muertos.
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